Ayer me pasó algo que me dejó pensando durante toda la noche. Iba caminando por la calle, disfrutando de un momento tranquilo, cuando una niña de unos ocho años, a la que conozco porque es sobrina de una antigua amiga mía, se me acercó para saludar. Me contó que está en cuarto de primaria y que ahora está aprendiendo ecuaciones y que en su asignatura de Conocimiento del Medio la están dando en inglés. Me lo explicó con un tono feliz, porque a ella le encanta aprender cosas nuevas… y, aun así, no pude evitar preguntarme: “¿qué estamos haciendo…?”.
Estoy segura de que más de uno, especialmente si tienes hijos o trabajas con niños, se ha hecho esta pregunta alguna vez. Porque no es solo mi percepción: hay algo en el sistema educativo actual que no termina de funcionar. Nos preocupamos tanto por llenar a los niños de contenidos académicos, de fórmulas, datos históricos y terminología técnica, que nos olvidamos de algo fundamental: prepararlos para la vida. ¿Cuántos adultos recuerdan con precisión cómo resolver una ecuación de segundo grado? ¿Y cuántos hubieran deseado que en la escuela les enseñaran algo más útil, como gestionar sus emociones, organizar su tiempo o entender cómo funciona una hipoteca?
Un sistema educativo desfasado que ignora las necesidades reales
El sistema educativo que tenemos está completamente desfasado. Lo digo con pesar, pero con total convicción. Seguimos aferrados a un modelo que prioriza contenidos y resultados sobre lo que realmente importa: preparar a los niños para vivir en un mundo complejo y totalmente cambiante. Es absurdo que en pleno siglo XXI los colegios sigan evaluando el éxito de los alumnos según su capacidad para memorizar datos irrelevantes o repetir fórmulas sin entenderlas.
¿Qué sentido tiene atosigar a niños de ocho años con ecuaciones cuando todavía no han aprendido a manejar sus emociones o a resolver un conflicto con sus compañeros? ¿Por qué enseñarles asignaturas complejas en idiomas que apenas dominan, cuando ni siquiera saben tomar decisiones por sí mismos? Estamos preparando a nuestros niños para un examen, pero no para la vida.
El sistema parece diseñado para formar pequeños autómatas que cumplan con objetivos arbitrarios, no seres humanos con criterio, creatividad y empatía. No es cuestión de si saben más o menos, es que lo que aprenden, tal y como se enseña ahora, tiene poco o ningún impacto en su desarrollo personal. Necesitamos una educación que mire al futuro, no una que se quede atascada en los paradigmas del pasado.
Esto es lo que Madre de Dios Ikastetxea, un colegio concertado en Bilbao, ya han implementado una educación totalmente innovadora, porque piensan que “es necesario implementar nuevos recursos para lograr el desarrollo integral de los alumnos para que, con una visión crítica y transformadora, sean capaces de afrontar los retos de la realidad en la que viven”.
¿Qué estamos priorizando en la educación?
Cuando pienso en mi rol como profesora infantil, me doy cuenta de que los primeros años de escolarización están llenos de aprendizaje significativo: los niños exploran, preguntan, descubren. Pero algo cambia conforme avanzan en el sistema: de repente, la curiosidad deja de ser el motor principal y se convierte en un obstáculo. No hay tiempo para detenerse y hacer preguntas, porque hay un temario que cubrir. Y ahí es donde radica uno de los problemas principales: estamos obsesionados con los contenidos.
Me duele admitirlo, pero hemos convertido la educación en una especie de competición. No entre los propios niños, sino entre colegios, comunidades e incluso países. Queremos resultados, puntuaciones, rankings. Queremos demostrar que nuestros alumnos saben más que los del colegio de al lado, que dominan más idiomas, que obtienen mejores calificaciones en pruebas estandarizadas.
Pero, ¿de qué sirve todo esto si esos mismos niños no saben cómo enfrentarse a los problemas reales del mundo?
La conversación con la niña de cuarto
Volviendo a la conversación con aquella niña, me dejó una sensación agridulce.
Por un lado, sentí admiración por su capacidad para adaptarse a un sistema que exige tanto a edades tan tempranas. Pero, por otro, me entristeció ver cómo esa misma exigencia le estaba robando algo esencial: el placer de aprender.
Me dijo que a veces no entiende lo que explican en Conocimiento del Medio porque los términos en inglés son complicados, pero que las ecuaciones “son un rollo muy complicado”.
No me sorprendió, pero me hizo reflexionar sobre cómo estamos ahogando a los niños en conocimientos que muchas veces no tienen sentido para ellos.
¿Qué deberían aprender los niños?
Hablemos claro: no estoy diciendo que las matemáticas, las ciencias o los idiomas no sean importantes. Lo son, y mucho. Pero también lo es enseñarles habilidades prácticas y emocionales que realmente les sirvan en el futuro. ¿Por qué no incluir asignaturas o talleres sobre gestión emocional, comunicación, resolución de conflictos o incluso finanzas básicas?
Piensa en esto: un niño que aprende desde pequeño a reconocer y manejar sus emociones tendrá más herramientas para enfrentarse a situaciones difíciles en la vida adulta. Un adolescente que entiende cómo hacer un presupuesto o cómo funciona el crédito estará mejor preparado para evitar problemas económicos en el futuro.
Pero, ¿cuánto tiempo dedicamos a estas cosas en la escuela? Prácticamente ninguno.
¿Por qué seguimos educando como si estuviéramos en el siglo pasado?
Otro problema que veo es que el sistema educativo actual sigue anclado en un modelo que ya no corresponde a la realidad. Durante la Revolución Industrial, las escuelas se diseñaron para preparar a los niños para trabajos en fábricas: horarios rígidos, obediencia, tareas repetitivas. Pero el mundo ha cambiado muchísimo desde entonces, y nuestras necesidades también. Hoy en día, los niños no solo necesitan saber cómo seguir instrucciones, sino cómo pensar por sí mismos, cómo adaptarse a los cambios y cómo trabajar en equipo.
Sin embargo, seguimos utilizando métodos que priorizan la memorización y el cumplimiento de normas por encima del pensamiento crítico y la creatividad. ¿Cuántos niños tienen miedo de equivocarse en clase porque temen ser ridiculizados? ¿Cuántos sienten que no son “buenos” porque sus notas no son perfectas?
La presión sobre los niños y los profesores
Hay algo que no podemos ignorar: el nivel de estrés al que están sometidos los niños hoy en día.
Y no es solo por las exigencias académicas, sino también por el ritmo de vida que llevamos como sociedad. Muchos pasan más horas en actividades escolares y extraescolares que jugando o simplemente siendo niños. La agenda de un niño promedio puede ser tan apretada como la de un adulto, y eso no es normal ni saludable.
Y, por supuesto, esta presión no solo afecta a los niños, sino también a los profesores. Como docente, sé lo que se siente trabajar bajo un sistema que te exige resultados constantes. Muchas veces sentimos que no hay margen para innovar o para atender a las necesidades emocionales de nuestros alumnos porque todo se mide en función de exámenes y estadísticas.
¿Qué podemos hacer para cambiar?
El cambio no es fácil, pero es necesario. Os dejo algunas ideas que podrían ayudarnos a construir un sistema educativo más equilibrado y enfocado en las necesidades reales de los niños:
- Priorizar el aprendizaje significativo: En lugar de centrarnos tanto en los contenidos, deberíamos diseñar actividades que ayuden a los niños a comprender y aplicar lo que aprenden en la vida real.
- Introducir nuevas asignaturas: Es fundamental enseñar habilidades prácticas como inteligencia emocional, pensamiento crítico, finanzas personales y resolución de problemas.
- Reducir la carga académica: Los niños necesitan tiempo para jugar, explorar y relajarse. Para ser niños. No es justo que a los ocho años estén agobiados con tareas y exámenes.
- Formar a los profesores en nuevas metodologías: Nosotros, los docentes, también necesitamos apoyo para adaptarnos a un modelo educativo más moderno y flexible.
- Involucrar a las familias: Los padres y tutores también tienen un papel crucial. Es importante trabajar juntos para crear un entorno de aprendizaje equilibrado.
Es hora de reflexionar
Sé que no tengo todas las respuestas, pero estoy convencida de que es hora de cuestionar el sistema. Como sociedad, no podemos seguir mirando hacia otro lado mientras nuestros niños crecen en un entorno que les exige tanto y les da tan poco a cambio.
Pregúntate esto: ¿qué tipo de persona quieres que sea tu hijo o tu alumno en el futuro? ¿Prefieres que sea alguien que sabe resolver ecuaciones perfectamente o alguien que sabe enfrentarse a los retos de la vida con confianza y empatía? Ambas cosas no tienen por qué ser excluyentes, pero ahora mismo estamos dejando de lado lo segundo.
Cambiar el sistema educativo no es fácil ni rápido, pero empieza con pequeñas acciones: replantearnos nuestras prioridades, escuchar a los niños, apoyar a los profesores y, sobre todo, recordar que la educación es mucho más que enseñar contenidos. Es formar personas.
¿Y tú, qué piensas?
Ayer, aquella la conversación con esa niña me recordó por qué amo mi trabajo, pero también por qué me frustra tanto el sistema. Siento una responsabilidad enorme, pero también un impulso renovado para buscar formas de cambiar las cosas.
La educación no debería ser una carga, ni para los niños ni para los profesores. Debería ser una herramienta para que las nuevas generaciones puedan vivir una vida plena, enfrentarse a los retos con confianza y construir un mundo mejor. Y para eso, tenemos que educar de forma diferente.
¿Estamos dispuestos a dar ese paso? Yo lo estoy. ¿Y tú?